– Empezaba a temer que te hubieras arrepentido. – – Hoy no es tu dia de suerte. Veo tus cien y cincuenta mas. – Saca tres fichas y las deposita en una roca del rio a mitad de camino entre los dos. – Pareces muy confianzuda esta mañana. Se ve que has estado acariciando la bola.. ¿Me equivoco? – – Esto es pan cosido. Me apostulo cien más a que lo tuyo es un farol. – A la roca del rio a mitad de camino entre los dos un mojón de fichas le adornaba. – Vamos, vamos, no seas chiquilla. No debes tomarte la apuesta como algo personal. Además, no puedes subir la apuesta hasta que yo no responda a la anterior. Lo sabes de sobra. Por cierto, te ves muy linda esta mañana. – – Menos bolas, Caperucita, y atento a tu juego entretanto. – El silencio que siguió a esta frase se podía malear como un alambre, aunque no duró mucho. Ella sonrió tímidamente primero, y luego, sin apuro, cuando él resbaló y cayó al río. – Ji, ji, cuida no te desahogues entre halagos y apuéstate en mi hombro hasta la orilla. – – Vale, tú ganas. ¿Trajiste algo para picar? – |
Texto cedido por un hombre con un oficio y Superpaquita.
Gracias chicos, wow, seguir en ruta, tíos.